(Foto: el bosque arde mientras golfistas juegan en Washington. Fuente)
A los que nacimos en los años 80 se nos explicó que el futuro era un lugar prometedor. Los avances tecnológicos como internet supondrían una estimulante revolución que mejoraría nuestras vidas. El euro y el libre comercio nos traerían prosperidad y estabilidad, quizá colonizaríamos a Marte… la verdad es que no parecía haber razones para alarmarse.
Se nos prometió que durante nuestras vidas nos adentraríamos en una utopía tecno-científica que nos permitiría resolver todos los problemas sociales, económicos, incluso medioambientales, aumentando a la vez nuestro bienestar. Difícil resistirse, ¿no? El progreso era una decidida línea recta. La sociedad confiaba razonablemente en las políticas dominantes. Un horizonte, si no ilusionante como una gran utopía, al menos no especialmente preocupante para la inmensa mayoría.
Fastforward a 2022, nos encontramos esas promesas incumplidas. Es más, según nos vamos topando con los límites biofísicos de la pequeña esfera azul que habitamos, aparecen más y más grietas en el mito del progreso tecnoindustrial. Nos vemos ahora incapaces de abordar con éxito los grandes desafíos de nuestra época. El futuro ya no dibuja una limpia trayectoria sino que su vuelo tropieza con cada vez más turbulencias como la crisis climática, colapso ecológico, el descenso energético y la escasez. Lo peor es que se ha instalado en el imaginario colectivo que la tendencia general es a peor.
Aunque hasta un niño pequeño entiende que no se puede crecer indefinidamente en un entorno finito, precisamente en este mito se basa nuestra economía, nuestra cultura, es decir, nuestra civilización. Volver a este cálido lugar de los años 90 y 00, cuando «las cosas iban bien» sería no renunciar a comportarnos como una plaga o como células cancerosas. Sin embargo, es en ese paradigma en el que nos hemos socializado y por lo tanto lo asumimos como normalidad. Surje el impulso de defender lo que aún queda -que es mucho- mientras rezamos virgencita que me quede como estoy.
El paradigma fósil, huelga decirlo, ha comportando inmensos beneficios para la Humanidad (aumento de la esperanza de vida, progreso médico, tecnología, vuelos baratos, etc. etc.). Pero que nos haya traído beneficios no implica que se pueda mantener siempre en el tiempo. Lo que consideramos «normal» hoy, es un paradigma totalmente disparatado, destructivo e insostenible.
Y como se dice que las cosas hay que explicarlas con historias, aquí ofrezco un breve cuento que pretende explicar la época en que vivimos.
Nuestro Hogar en Llamas
Imaginemos que somos una gran familia (homo sapiens). Hemos vivido desde siempre en el bosque (la Tierra), pero desde hace muy poco (edad industrial), vivimos de un modo muy extraño (economía basada en combustibles fósiles). Como teníamos frío y nos fascinaba el fuego, hemos ido quemando árboles (recursos naturales) a un ritmo cada vez más rápido (crecimiento económico) sin dejar tiempo al bosque para regenerarse (overshoot). Así, podríamos generar la ilusión de que a corto plazo estamos progresando, ya que cada vez hay más luz, más calor y estamos más calentitos, no como nuestros abuelos, que tanto frío pasaron.
Según se hacen obvios los claros quemados del bosque (caos climático, extinción masiva), alguno dirá (Green New Deal) que lo que hay que hacer es calentarse con el sol (energías renovables) pero sin renunciar a cada vez más calor (crecimiento) lo cuál, obviamente, no es posible. Otros (conservacionistas como WWF) intentarán salvar el árbol más importante (patrimonio natural) pero sin cuestionar la locura que presencian. Si alguien mencionara lo obvio, que pronto nos quedamos sin bosque y sin calor y que quizá habría que ponerse un jersey grueso y dejar de quemar árboles (decrecimiento), se le acallará diciendo que algún tipo de tecnología nos salvará y que consumir menos es oponerse al progreso (tecnoidolatría y libre mercado).
Según la situación se hace más desesperada, alguno (Extinction Rebellion) dará un grito (desobediencia civil no violenta) para denunciar que vamos a morir congelados (colapso) pero se le afeará que moleste a la gente que va a honradamente trabajar para seguir quemando el bosque. Incluso alguna voz minoritaria propondrá plantar algún árbol más (rewilding).
Sin embargo, la mayoría aunque cada vez más con la mosca detrás de la oreja continuará acercándose al fuego y recordando esa feliz época en que el bosque parecía infinito (recordemos Make America Great Again). Por si fuera poco, dos hermanos empiezan a pelearse y a alborotar a toda la familia (guerra en Ucrania), exaltando los ánimos y dejando aún menos espacio para la cordura.
Bien, pues este es el panorama.
Por eso, es imprescindible imaginar otra forma de calentarse y olvidar la normalidad. Porque, como gritaron en Chile, no queremos volver a la normalidad porque la normalidad era el problema.
Recordemos que ecocidio significa etimológicamente muerte (Cidĭum) de nuestra casa (oikos).
Si queremos hacer lo mejor que podemos hacer hoy, seamos proactivos, no sigamos aferrándonos al viejo mundo que inexorablemente se va derrumbando (ya ha empezado). Inventemos nuestros mitos, nuevas canciones y nuevas historias si es cierto que aspiramos a vivir bien en la Tierra muchas generaciones más.
El reto es generar nuevos imaginarios donde podamos ser felices dentro de los límites biofísicos de nuestro planeta.
Quizá sentirnos parte de la naturaleza sea un buen punto de partida.

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