Publicado originalmente en Arainfo.
Hace unos días se presentó el libro “Premoniciones. Cuando la alerta climática lo justifica todo” en la Universidad de Zaragoza. Vaya por delante, que no estoy a favor de lanzarles tartazos. Incluso puedo estar de acuerdo en que sea valiente permitir opiniones a contracorriente. Ahora, quizá no hacía falta que el propio decano de la facultad, Luis Morellón, presentara el acto, infundiendo un aire de respetabilidad a su peligrosa narrativa, que paso a desgranar.
Los autores, científicos reconocidos, pero sin ninguna publicación científica sobre las causas del cambio climático, comienzan su libro reconociendo que “la civilización es una agresión al planeta y a las especies que lo pueblan”, al tiempo que “replantearse algunos de sus avances básicos” nos podría llevar a la “paulatina desaparición del género humano”. Esto nos sonará a quienes recordamos cuando Lambán vinculó la supervivencia humana en el Pirineo al esquí. Otra perla que nos encontramos en sus primeras páginas es “no es el hombre quien debe salvar al planeta, es el planeta quien continuamente trata de acabar con nosotros”.
Los autores son muy astutos al no negar la evidencia del Calentamiento Global, ni siquiera que las emisiones antropogénicas lo causen. Simplemente, se dedican a sembrar dudas sobre hasta qué punto estas son una causa relevante. Una estrategia retardista conocida, que intenta hacer el mensaje a la sociedad de que el consenso científico no es tal y de que hay mucha incertidumbre sobre el tema.
Por ejemplo, escriben que “la actividad humana es solo una parte en la compleja ecuación que determina el clima terrestre” para sugerir dos hipótesis que expliquen el actual calentamiento, pues la ajustadísima correlación entre aumento de emisiones y temperatura no parece impresionar a los autores. Una hipótesis se basa en que los observatorios estarían próximos a las ciudades, emisoras de calor, y que como estas han crecido, los registros podrían verse afectados. Resulta curioso que algo así les haya pasado a la mayoría de climatólogos.
La otra es que aún estaríamos saliendo de la Pequeña Edad de Hielo (un fenómeno que ni siquiera fue global) y que los propios autores reconocen que aún falta “perspectiva histórica para hacer esa afirmación”. Y eso, junto al mantra de que “siempre ha habido cambios climáticos” y las cuantas anécdotas sobre el frío que hizo algún año, serían la tesis de los autores contra “la teoría del cambio climático”, que califican de religión. Curioso calificativo contra el consenso científico por parte de quienes dedican un capítulo entero a alabar el método científico.
Los esfuerzos de mitigación de los últimos años, que por cierto no han conseguido aún bajar las emisiones (y resultan, por lo tanto, insuficientes) son, según del Valle, “medidas de control social y limitación de la libertad individual con el pretexto de proteger el clima, más peligrosas que los efectos del cambio climático”.
El movimiento ecologista, el poder político y las grandes empresas aparecen como aliados en una única causa: el capitalismo verde que se quiere lucrar gracias este esfuerzo de mitigación.
De hecho, según los autores, “quienes más invierten en mitigar el cambio climático son precisamente las grandes empresas energéticas […] y los países dictatoriales”. ¿Qué datos existen para hacer esa afirmación y qué intereses habría detrás? Los autores prefieren dejárselo al lector.
En la misma línea, de forma más explícita, Abascal también lanza la piedra y esconde la mano: “Cuando hay un acuerdo entre multinacionales, los poderes y la extrema izquierda, desconfío”.
Javier del Valle, climatólogo, y entendemos el más instruido sobre clima, flirtea con las teorías de la conspiración como la que vinculan las estelas de los aviones (chemtrails) con el cambio climático. Por supuesto, ni afirma ni desmiente, sino que “hay que analizarlo”. Aunque, analizado, ya está (ver documento de Ecologistas en Acción).
Si tan convencidos están estos autores de que su opinión, contraria a la inmensa mayoría de los científicos del mundo, es la buena, les propongo que la intenten exponer en alguna revista científica revisada por pares. De momento parecen tener más éxito seduciendo a Iker Jiménez y… al decano de Facultad de Ciencias.
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