Un pequeño texto para argumentar la tesis con que he titulado esta entrada.
Desde el anticapitalismo (Wright 2002) se privilegia el binomio igualdad/equidad como valor moral. Éste, aunque no en exclusiva, se fundamenta en la tesis no explícita de que el principal problema político del mundo es la mala distribución de la riqueza. La “tarta”, suficiente para todos, estaría mal repartida. Simplificando mucho, bastaría con repartir mejor la tarta tomando el cuchillo.

Sin embargo, ahora podemos estar seguros de sobrevolar el Peak Everything (Heinberg, 2010), punto de inflexión a partir del cual la tarta se va a hacer inevitablemente cada vez más pequeña en paralelo a una creciente población mundial que no se estabilizará hasta al menos 2100 según las últimas estimaciones (Gilles, 2019). Parece claro por tanto que ordenar y planificar el tamaño menguante de los recursos va a requerir necesariamente del valor de equidad, pero éste no será suficiente si no se acepta como premisa que cada vez va a haber menos energía, materias primas, energía, etc. para repartir.

Solemos ignorar aun desde posiciones críticas con el sistema que para evitar que sea la propia biosfera la que, como sistema que se autorregula, ponga fin a la forma de vida humana tal como la conocemos a través de desastres naturales, cosechas fallidas, etc. se hace imprescindible limitar urgentemente el consumo de materiales y energía en nuestras economías -capitalistas o no-. Esto es especialmente relevante para los “centros” en Norteamérica, Europa Occidental y Asia Oriental (se podrían incluir también las petromonarquías del Golfo Pérsico). No asumir las implicaciones de la realidad ecológica de la situación como premisa ineludible complica la transformación necesaria.
De poco servirá tener una economía no capitalista por muy bien repartida que en ella tengamos los recursos si ésta sigue pecando de sobreconsumo.
Se argumenta que “los intereses de clase y los valores morales”, si bien estaban claramente alineados contra el capitalismo en su momento, en el siglo XXI hay profesionales cualificados y autónomos que prosperarían dentro del sistema capitalista y cuyos intereses no necesariamente se alinearían con el anticapitalismo, aunque sí su conciencia. De esta premisa se extraería que hay que recuperar los valores como motor de cambio social, pues a muchos no les convenceremos solamente con el interés de clase. Los valores morales serían necesarios para convencer a la sociedad del siglo XXI. En mi opinión, en este “escenario precolapso” podemos hablar de una nueva realineación de los valores morales con nuestros propios intereses, como explicaré más adelante.
Desde el anticapitalismo se suele fallar al ignorar la crisis ecológica y climática como inevitable premisa condicionante de todo lo que ocurra en el siglo XXI, incluyendo la suerte de los humanos.
Aun si todos los países abandonasen el capitalismo el año que viene, esto no sería suficiente. Para asegurar a final de siglo una “vida humana organizada” (Chomsky 2020), es imprescindible que la economía se armonizaran con la capacidad de la Tierra para sostenerlas y atenuar así el impacto de las dinámicas destructivas ya tristemente desencadenadas.
Por lo tanto, podemos concluir que los valores dominantes se quedan cortos para coadyuvar los cambios necesarios para enderezar la actual trayectoria hacia el colapso desordenado.
Los siguientes valores se proponen en tanto relevantes y útiles para abordar el mencionado doble desafío de reducir el consumo en las sociedades opulentas y neutralizar la aspiración del resto de equipararse a ellas en este sentido (aunque asegurándoles un sustento digno).
Valor propuesto #1: Biocentrismo/interdependencia

Reconocer la vulnerabilidad del ser humano y su dependencia de la buena salud de la biosfera para poder prosperar –o simplemente sobrevivir– convierte el cuidado de la Tierra en un imperativo categórico. En este sentido todos los seres vivos humanos y no humanos estamos al mismo lado de la orilla: nuestros intereses de especie se alinean con el reconocimiento de valor de otros seres vivos; si reconocemos valor moral en la vida de las otras especies nos irá bien.
Los planteamientos biocéntricos nos ayudan a entender la interdependencia entre todas las especies (incluida la nuestra) así como integrar que “todo está conectado con todo” como sostendría el antropólogo Gregory Bateson (Baracchi 2013) y muchas tradiciones espirituales. De hecho, el biocentrismo es clave para resacralizar el mundo natural y un pensamiento sistémico, lo que facilitaría social y políticamente la integración de la economía humana en el sistema Tierra –Gaia– en lugar de hacerlo a la inversa tal como pretende el pensamiento económico reduccionista dominante. Un enfoque más orientado a abordar la problemática de los sistemas en que estamos inmersos evitaría un enfoque político que responsabiliza los problemas a personas y organizaciones concretas y cuya solución sería simplemente reemplazarlas.
De ampliarse masivamente ese sentirse y pensarse como parte de la trama amplia de la vida no solo en lo espacial sino también en lo temporal -en lugar de considerarnos como meros individuos que buscan maximizar su beneficio dentro de su tiempo de vida- otro gallo nos cantaría. Sin duda, esto facilitaría una mirada más a largo plazo evitando la problemática fe en la tecnología salvadora como solución a los problemas que vamos dejando para el futuro, así como una planificación política y económica que incorpore las implicaciones de las decisiones del presente para las generaciones no nacidas.
Por último, reconocer a otros seres vivos como merecedores de valor propio y ciertos derechos propiciaría decisiones acertadas desde el punto de vista estrictamente ecológico aun si son tomadas desde un punto moral. Por ejemplo, si pensando en los animales se adoptase una dieta vegana o vegetariana, esto supondría también importantes beneficios ecológicos (Leitzmann, 2003) no necesariamente contemplados en esa decisión.
Valor propuesto #2: Simplicidad voluntaria/vida sana

Entiendo que, por razones históricas, aún se vincula mayor bienestar con mayor uso material y energético. Si bien esta correspondencia se cumple allá donde se padece hambre, frío y falta ropa y techo (de ahí el matiz de voluntaria), no lo hace en los países sobredesarrollados, cuyo consumo excesivo es la principal causa del desbordamiento de la capacidad de carga de la Tierra –overshoot–. Los impactos de los humanos sobre la Tierra están obscenamente desequilibrados, tal como refleja el informe de Oxfam (Gore, 2020): “El 1% más rico […] es responsable de la emisión de más del doble de CO2 que la mitad más pobre del mundo”.
De hecho, el alto consumo material y energético que “disfrutan” estos países y al que el resto aspira ni es reproducible ni proporciona una mayor felicidad. Antes al contrario, una vez cubiertas las necesidades humanas para una vida digna, el sobre consumo genera otro tipo de problemas (en paréntesis algunos ejemplos representativos):
- Ecológicos (extinción de las abejas, cosechas fallidas…)
- De salud (exceso calórico y vida sedentaria)
- Psicológicos (soledad, estrés, degradación de la atención)
- Climáticos (desastres naturales, subida del nivel del mar, pandemias)
Poner en valor un estilo de vida más frugal y menos sedentario en los países sobre desarrollados –empezando por sus minorías más opulentas– es imprescindible para encauzar a la Humanidad hacia los límites biofísicos del planeta y que los mil millones de obesos puedan compartir su comida con los mil millones de personas malnutridas (Homer-Dixon, 2006: 198).
Estos valores, de ser dominantes, nos ayudarían a renunciar a proyectos que, si bien son técnicamente posibles, no contribuyen al bien común, sino que más bien agravan los desafíos mencionados (destaquemos el turismo espacial como paradigmático).
La simplicidad como valor transversal afectaría positivamente a muchas de las facetas de la vida humana.
Una sociedad menos jerárquica y con grupos más localizados en el espacio se ajustaría más al diseño evolutivo que tiene el cuerpo humano, lo que permitiría mejorar nuestra salud y los problemas psicológicos mencionados. Esto también facilitaría la participación política.
Un ritmo de vida más sosegado se vincularía a un menor consumo de productos y servicios sofisticados facilitando a una economía más local y menos compleja y que aun con un output menor éste fuera aceptado por la población. Liberadas de la prisa, las personas podrían compensar la pérdida de un consumo intenso energéticamente con una realización personal que desarrollara sus dimensiones más vocacionales como las artísticas, familiares, intelectuales, espirituales, deportivas, etc.
En fin, un estilo de vida que hoy el discurso calificaría de pobre e indeseable pero muy valioso para tener alguna posibilidad de superar con éxito este siglo.
BIBLIOGRAFÍA
Baracchi, C. (2013). The syntax of life: Gregory Bateson and the “Platonic View”. Research in Phenomenology, 43(2), 204-219.
Chomsky, N. (2020). Cooperación o extinción. EDICIONES B.
Gilles P. (2019) How many humans tomorrow? The United Nations revises its projections. The Conversation, The Conversation France, pp.1-6. ffhal-02164755ff
Gore, T. (2020). Confronting Carbon Inequality: Putting climate justice at the heart of the COVID-19 recovery. Oxfam online report.
Heinberg, R. (2010). Peak everything: waking up to the century of declines. New Society Publishers.
Homer-Dixon, T. (2006) The Upside of Down. London: Souvenir Press.
Leitzmann, C. (2003). Nutrition ecology: the contribution of vegetarian diets. The American journal of clinical nutrition, 78(3), 657S-659S.
Wright, E. O. (2016). How to be an anti-capitalist for the 21st century. Journal of Australian Political Economy, The, (77), 5-22.
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