Para hacer el bien hay que «sentir bien»

En una conversación con mi antiguo y querido profesor Jorge Riechmann, ponía él en cuestión mi afirmación de que «el factor limitante para el cambio ecosocial que necesitamos está en la barrera emocional«, pues supondría «psicologizar todo demasiado».

Se explayó más sobre esta cuestión recientemente en un breve texto titulado «Contribuir a racionalizar el querer y el hacer» en el que, entre otras cosas, afirma:

Hace treinta o cuarenta años no era raro escuchar en reuniones de gentes de izquierda: “aquí se viene ya llorado de casa”. Seguro que en esa dureza de los antiguos militantes hay exageración […]. Pero el péndulo se ha ido tanto hacia el otro lado que hoy, a veces, parece que lo primordial en las reuniones activistas es cuidar el “bienestar emocional” (¡sintagma omnipresente!) de cada cual, olvidado las razones (políticas en sentido amplio) que nos llevan a reunirnos. Busquemos cierto equilibrio… 

Pues bien, yo lo veo de otra manera. Vaya por delante que no desdeño la lógica de modo alguno, pero eso no quita para que crea que hacerle más caso a la «dimensión emocional de la crisis ecosocial» sea fundamental. De hecho, necesitamos sentir más para poder ser más racionales, pero no encerrándonos en una burbuja de falso bienestar como intento explicar a continuación.

Un polo en el que en un extremo tendríamos la fría razón y en el otro de exceso de atención en las emociones y psicología no explica por qué la sociedad no reacciona ante los peligros de la crisis ecosocial. Ni reaccionamos racionalmente en los años 70, ni estamos reaccionando racionalmente ahora.

Como suelo decir, no hay escasez de datos ni de acceso a los mismos. Sí, obviamente hace falta alfabetizar ecológicamente a la sociedad, pero ¿qué pasa con la que ya está concienciada? ¿Por qué Frank Cuesta, un machirulo de mucho cuidado, tiene millones de seguidores en redes mientras que Yayo Herrero o Antonio Turiel solo una pequeña fracción en comparación? ¿Por qué los canales de Telegram de teorías conspiranoicas para explicar el cambio climático tienen muchos más seguidores que TODAS las organizaciones ecologistas juntas?

¿Acaso el éxito de unos sobre los otros se explica por la superior calidad de los argumentos? Obviamente no. La lógica que explica este hecho es simple: preferimos escuchar lo que nos hace sentir bien, es decir, tenemos un tremendo sesgo de confirmación, que sigue operando incluso una vez desvelado. Buscamos argumentos para llegar a las conclusiones que nos gustan, en lugar de viceversa.

Para superar nuestra capacidad de ser más racionales (y actuar en consecuencia, claro está) nos falta saber sostener emociones (y conclusiones) incómodas. Esto explica también por qué la gente dura lo mismo -o menos- en una organización ecologista que apuntada al gimnasio.

En una sociedad atomizada, que prioriza la inmediatez, la sonrisa permanente y la satisfacción inmediata, no es fácil sentir lo que necesitamos sentir: un duelo por un mundo que está herido, por un futuro que no es como nos dijeron de niños. No sentir emociones difíciles al hacernos conscientes de lo que está sucediendo con nuestro mundo sería mucho más preocupante que lo contrario.

Sin embargo, la disociación entre lo que vemos y lo que sentimos logra anestesiar los golpes que la realidad, tozuda, nos lanza cada día. Y tiene sentido: si sentimos que no podemos hacer nada o, peor aún, nos intimida la posibilidad de que sí podamos (y debamos hacer algo), desentendernos de lo que sucede, nos consigue una vida más funcional e integrada dentro del sistema, lo cual, qué duda cabe, es mucho más agradable (en el corto plazo, claro).

Todo lo anterior me lleva a pensar que, a pesar del tremendo sistema de control social a través de medios, pantallas, deuda, precariedad, etc. el factor limitante más importante para el cambio ecosocial que necesitamos está en la barrera emocional.

Es decir, si conseguimos «sentir bien», lograremos «pensar bien» y, si tenemos los valores adecuados y el conocimiento necesario, actuar para hacer el bien. Una especie de ecuación: capacidad de sentir + valores ecosociales + información = acción.

Entonces, la clave es «des-anestesiarnos», lo que, como cuando se pasa el efecto de la anestesia, duele y de repente nos sentimos vulnerables. Y este necesario proceso es mucho más fácil hacerlo colectivamente. O mejor, dicho, hacerlo individualmente es casi imposible.

Todo esto refuerza la relevancia de la metodología de El Trabajo que Reconecta como catalizador de la transformación ecosocial y mantener espacios seguros para las emociones en los colectivos.

2 respuestas a “Para hacer el bien hay que «sentir bien»

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  1. Guau, Carlos, fantástica respuesta.

    Creo que para muchas personas, si no para todas, lo que motiva finalmente que se preocupen por el planeta y se desengañen con las promesas de satisfacción inmediata de nuestra sociedad de consumo es precisamente el acto de abrir el corazón. A menudo este acto empieza por un duelo, un enfado, una frustración: ¿qué puede uno solo hacer cuando hay tanto que está «mal» ahí fuera? Después, la necesidad imperiosa de hacer algo, lo que sea.

    En cambio, cuando actuamos puramente desde la parte racional y lógica, las fuerzas nos fallan. Porque la lógica se frustra muy fácilmente al ver que los esfuerzos no alcanzan para crear el mundo que nos gustaría ver ahí fuera.

    El corazón, alineado con la consciencia y apuntalado por la razón, nos invita a seguir adelante pese a todo. Porque lo que importa no es el resultado (que esta o aquella semilla germine y llegue a dar frutos) sino vivir en coherencia. Es la única manera de vivir plenamente, de morir en paz y satisfechos.

    Gracias por tus palabras y por tu labor.

    Marta

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